martes, 20 de septiembre de 2011

Especial de primavera: Europa. Escenas de la vida privada

¡Últimos días para inscribirse!

Comienzo: martes 18 de octubre a las 19 horas.

Especial de primavera: Europa. Escenas de la vida privada.

Una gran novela, generalmente, da cuenta de una incomodidad. Alguien está fuera de lugar, y esa incomodidad apremiante suele constituir el núcleo, lo denso del relato. El tránsito de la cultura burguesa de lo provinciano a lo mundano tuvo personajes sacrificiales: héroes enfermos de incomodidad; advenedizos atormentados que pagaron con la vida el error de haber querido moverse. Son la forma última de lo trágico en un mundo que ya es, irremediablemente, dramático.
El próximo martes arranca Europa. Escenas de la vida privada. 

Trabajaremos con los siguientes textos:
 
Rojo y Negro, de Stendhal
Madame Bovary, de Gustave Flaubert
David Golder, de Irene Nemirovsky


Los martes, a las 19 horas.
Comienzo: martes 18 de octubre
Cierre: martes 20 de diciembre
Reuniones de 90 minutos
Coordina: Soledad Platero
Precio: $ 300 por alumno por reunión
Información de contacto:
Tel.: 2908 7339
Cel.: 094 795 491





jueves, 17 de febrero de 2011

COMIENZO 15 DE MARZO: SEMINARIO PASAJES LITERARIOS

COMIENZO: MARTES 15 DE MARZO, 19 HS.


Pasajes literarios: transtextualidad y posmodernismo en Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño

Posiblemente la más fascinante y dolorosa de las revelaciones posmodernas haya sido la pérdida de la ingenuidad que nos permitía entender las ficciones literarias como universos que se correspondían con la realidad. Antes de eso —en el sólido y bien logrado horizonte de la modernidad— el mundo era representable, y el escritor era capaz de producir piezas únicas que hablaban de sí mismo y de sus semejantes.

Lo que vino después de la modernidad —después de las guerras europeas; después de la escandalosa visión de lo que había sido el colonialismo; después de los avances tecnológicos que nos acercaron imágenes de muerte, hambre, violencia y corrupción, sin retoques y sin demora— esa confianza en el lenguaje, en el relato y en la condición especial y única del artista se quebró para siempre.

El camino que la literatura viene transitando desde entonces parte de la convicción de que, en cierta forma, ya vivimos esos días en que todo texto retoma y reescribe un texto anterior, tanto como prefigura los textos que vendrán. Pero esa convicción desencantada también se ha ido modificando, y nuevas formas de incertidumbre sacuden el quieto sueño de la transtextualidad.

Nos proponemos pensar de qué manera esa autorreferencialidad de la literatura, que se consagró en la posmodernidad, revierte en nuevas estrategias de resistencia y representación.


Seminario

Pasajes literarios: transtextualidad y posmodernismo en Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño

  1. El narrador-personaje. Construcción de la voz narrativa. Paisaje de la infancia/paisaje literario.
  2. Estrategias discursivas: de la unidad cerrada a la poética de la inconclusión.
  3. La fascinación crítica: de la tentación biográfica a la lectura entre comillas.
  4. Apropiaciones: ¿de dónde vienen los escritores latinoamericanos?


Aspectos administrativos:

comienzo: martes 15 de marzo de 2011
docente: soledad platero
duración: 8 reuniones de dos horas, los martes a las 19 hs.
costo: $ 250 por alumno, por reunión
teléfonos de contacto: 2908 7339 / 094 795 491
e.mail: soledadplaterop@gmail.com


jueves, 27 de enero de 2011

El texto infinito*

En el comienzo de El orden del discurso, Michel Foucault confiesa su deseo de deslizarse “subrepticiamente” en el discurso que debe pronunciar. Dice que hubiera querido, menos que tomar la palabra, verse “envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio.” Retomaría así una frase interrumpida apenas por un instante, y se transformaría en una “pequeña laguna”  en el desarrollo del discurso. El punto, dice, de su desaparición posible.

Roberto Bolaño cumplió con ese poético deseo de Foucault, pero más a lo bestia. Se subió a la literatura como quien se trepa a un camión en marcha y se instaló en ese universo con la lucidez de quien se sabe apenas un accidente del camino. Y tal vez por esa lucidez fue el gran mago de las piezas inconclusas, de los géneros violentados, de la obra que se completa sólo con la participación del lector, y que se vuelve a escribir en cada intervención crítica.

El hecho de que buena parte de su producción haya sido publicada después de su muerte hace que lo de las reescrituras no sea sólo metafórico. Cada libro que aparece es el resultado de decisiones tomadas por alguien que no es el autor, sino el editor en el que éste depositó su confianza. Es el caso de El secreto del mal, un volumen en el que Ignacio Echevarría incluyó piezas de distinto carácter, recuperadas de los archivos que Bolaño conservaba, pulcramente organizados, en su computadora.

La introducción de Echevarría explica cuidadosamente la procedencia de cada texto, así como las razones del orden en que los presenta. También hace referencia a esa característica de la obra de Bolaño que “parece regida por una poética de la inconclusión” y que dificulta la tarea del responsable de las ediciones tanto como desconcierta a los lectores y estimula a los críticos.
Antes de ser un novelista reconocido y multipremiado, Roberto Bolaño era un poeta que arrastraba por el mundo un cuerpo maltratado y un espíritu menos rebelde que fastidioso. De creer en la literatura, podríamos pensar que era, como su alter-ego Arturo Belano, protagonista de Los detectives salvajes, un hambriento sin apetito, un trasegador de café con leche siempre con un libro pronto y sin un editor que se arriesgara a publicarlo. Pero Roberto Bolaño creció, y aquellos vientos trajeron estas tempestades.

El secreto del mal incluye varios cuentos acabados, otros que parecen apenas tramos de una novela a la que le falta todo lo de alrededor (pero es Bolaño, así que un cuento puede ser así y punto: un relato inconcluso; un hermoso pedazo de ficción al servicio de nada, salvo de la idea misma de “ficción”), algunos textos que fueron parte de conferencias (una de ellas, también inacabada, para variar), y relatos en los que recuerda algún episodio de su vida.  Dicho así parece que Echevarría hubiera caído en ese pecado tan común entre los editores y los albaceas literarios, que es el de aprovechar cualquier material escrito por el difunto para hacer un nuevo libro. Pero no es el caso. El caso, en realidad, es que la mezcla y la violación de los límites de los géneros, así como la destrucción de ciertas ilusiones (la de conclusión, la de universo cerrado, la de problema resuelto) son la materia misma de la escritura de Bolaño, y no es descabellado pensar que él mismo hubiera presentado un libro como éste, lleno de puertas abiertas, tan intenso como inquietante, angustioso en sus espacios vacíos, desesperante y resignado. Porque Bolaño parece escribir para fijar ese momento en que no hay suelo delante (o mejor: para fijar la emoción, el terror de ese momento), ese instante, que para los latinoamericanos parece repetirse infinitamente, en el que no se sabe qué va a pasar, pero se sabe que hay que dar otro paso, aunque sea en el vacío.

La sensación de precariedad, de tiempo habitado pero no dominado, llega a hacerse muy intensa en algunos cuentos mediante el uso del presente del indicativo. Un disparador cualquiera (una película, una fotografía, un sueño) desata una o varias historias seguidas paso a paso por un narrador que se comporta como la cámara subjetiva en el cine. El lector no puede hacer más que seguir el recorrido de la cámara, pero sufre la angustia de la falta de perspectiva (esa convención tranquilizadora que, en la escritura, se apoya en el uso de los pretéritos del indicativo y que delata la presencia de un autor que no nos va a dejar caer, porque sabe por dónde camina y hacia dónde va) y siente el ahogo de un contrato opresivo que lo obliga a seguir los acontecimientos pero no le permite ubicarse a salvo.

En otros casos la inquietud no proviene del manejo temporal, sino simplemente de lo que no se dice. Es el caso del último relato, en el que un hecho terrible de la vida de Arturo Belano (la desaparición de su hijo de quince años durante las Jornadas del Caos en Berlín, en el año 2005) pone en movimiento la acción, pero luego se olvida para dar paso a los recuerdos de Belano e instalarse en un nuevo comienzo posible (el de la historia de Belano joven), que, por supuesto, tampoco se resuelve.

Pero no todo es ficción. El volumen incluye también dos trabajos críticos que ya habían sido publicados en Entre paréntesis (Barcelona, Anagrama, 2004) pero que Echevarría consideró más cercanos al contexto general de El secreto del mal. El primero, “Derivas de la pesada”, es el texto de una charla cuyo tema es la literatura argentina actual —es decir, lo que quedó después de Borges— y el segundo, “Sevilla me mata”, es el material preparado para una conferencia que debía llamarse “De dónde viene la nueva literatura latinoamericana”. El primero es serio, aunque sea gracioso, y debería agregarse a los estudios académicos sobre literatura argentina. El segundo es brillante, culposo, se despacha sobre el tema con lucidez y se arrepiente superficialmente como quien no quiere ofender a la señora de la casa. Tal vez no sirva para fines pedagógicos, pero debe leerse en diálogo con toda la obra de Bolaño y con esa incomodidad que sus novelas desmesuradas e inolvidables y sus cuentos abiertos por todos lados siguen provocando.

Roberto Bolaño nació en Chile en 1953 y murió en Barcelona en 2003. A los quince años se fue con sus padres a vivir a México. Sobre su vida en México y sus comienzos como poeta en el movimiento infrarrealista trata Los detectives salvajes, la novela por la que obtuvo en 1999 los premios Herralde y Rómulo Gallegos. Su última novela, 2666, le valió comparaciones con Cervantes, Proust y Sterne, entre otros. Además de su obra narrativa dejó una vasta obra poética. Junto con El secreto del mal la editorial Anagrama lanzó La universidad desconocida, una colección de su poesía ordenada por el propio Bolaño en el año 1993 (al enterarse de que padecía una enfermedad crónica, que finalmente lo mató) y a la que se agregaron algunos textos que ya habían sido publicados en revistas y libros. 
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El secreto del mal, de Roberto Bolaño. Barcelona, Anagrama, 2007, 182 págs. 

* Soledad Platero. Texto publicado en Revista Espectacular, de Uruguay, en 2008

miércoles, 12 de enero de 2011

La piel del coyote*

Más aun que el mar, el desierto suele alimentar la imaginación de los hombres con fantasías de libertad, de olvido y de consuelo. Ofrece, a los agotados habitantes de la ciudad, el atractivo de una desaparición posible, de un abandono en la inmensidad sin límites, de un abrazo final y de una conquista. Los que se dirigen al desierto —y no los que tienen que atravesarlo para llegar al otro lado— no persiguen un objetivo geográfico, sino espiritual.

En un cuento escrito a mediados del siglo XX por un argentino (el cuento es Sur; el argentino es Borges), un hombre que acaba de salvarse de una infección mortal sube a un tren que lo llevará al Sur; a un descanso reparador que será el de la convalecencia, pero también el de un nuevo comienzo. De algún modo, murió en aquel hospital, y lo que tiene por delante, en el Sur, es una segunda vida. Coyote es un relato gemelo de aquél, aunque algunos detalles están invertidos.

En un tren que no es rápido como el tren bala, tres parejas jóvenes se aburren mientras esperan llegar al caliente valle en el que crece el peyote. El inmundo vagón en el que viajan está lleno de los olores de los pobres: aves vivas transportadas en jaulas, orina, sudor. Afuera, en el paisaje que se recorta en las ventanillas, el sol quema una tierra monótona en la que difícilmente pueda encontrarse nada parecido a una verdad primitiva, a una revelación o una certeza.

El relato elige la perspectiva de Pedro, y por él sabrá el lector que aquel viaje no es el primero, sino una penosa reconstrucción de otro viaje ocurrido dos años antes. Pedro y Clara compartieron, tiempo atrás, una experiencia poderosa en la que el licuado de peyote tuvo una responsabilidad no menor. 

Ese encuentro sobrenatural, alcanzado dentro de los límites de un mundo alucinante, no fue suficiente para equilibrar el peso intolerable de dos años de convivencia en la ciudad. La rutina, las cuentas, los compromisos, los horarios, todo lo que llena el tiempo de las personas adultas en las ciudades modernas, terminó por vencer aquel lazo anudado con la complicidad de los dioses en las tierras del maguey. 

Ahora, arrastrado por Clara, y acompañado además por cuatro amigos, Pedro vuelve al desierto con la convicción de que es inútil tratar de reeditar un viaje iniciático. Sin embargo allá van: seis abombados de clase media deseosos de recuperar el contacto con la poderosa energía de la tierra y con las misteriosas realidades paralelas que el peyote les pueda facilitar. El desierto es un lugar inhóspito, en el que sólo viven los que no pueden elegir, y al que llegan los buscadores de fortuna rápida (cazadores, contrabandistas de plantas o de animales) o los huicholes, los auténticos peregrinos de una fe antigua y salvaje. Y ellos, claro. Los turistas del espíritu. Poco antes de bajar, alguien le entrega un cuchillo de monte “por si las moscas”.

Lo que sigue es la verdadera historia. El camino en el que Pedro se pierde; el incomprensible altar de piedra en el que entiende que está perdido; el coyote cojo al que mata y despelleja en una pelea tan innecesaria como inevitable; el cuerpo atormentado, la fatiga, el hambre y la sed. El final del relato no tiene importancia. La perfección del calvario lo situó dentro de los límites de su propio cuerpo lastimado, y del exacto instante presente exigido para la supervivencia.

En el Sur, Juan Dahlmann recoge el cuchillo que alguien le tira, y sale a enfrentar su destino, que tiene forma de hombre. En el caliente desierto del Norte, Pedro enfrenta y vence a un animal —el hecho de que el coyote esté herido es trivial, porque el hombre tampoco está entero si le faltan las referencias, el lenguaje, los otros hombres— y sobrevive para encarnar a todos los hombres, en una tierra que sólo habla la lengua del esfuerzo y el combate. Varias de las circunstancias particulares son diferentes, pero es idéntica la voluntad de matar, agazapada en el cuchillo.
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"Coyote", en La alcoba dormida, de Juan Villoro. Hum, Montevideo, 2008.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Guimarães Rosa: El lenguaje es el suelo y el cielo*


Iban a ser doce historias, pero el celo del autor sacó a tres de la jugada, y la cosa quedó en nueve. Sagarana (1946) es el primer libro de relatos de João Guimarães Rosa, y ya muestra una concepción de la obra de arte que alcanzaría su punto culminante diez años más tarde, en Grande Sertão: Veredas (1956).

La edición de Adriana Hidalgo es la primera que se hace en español, e incluye un prólogo de Pablo Ronái fechado en 1946 y una carta del autor a João Condé, de la misma época, que da cuenta de la génesis del libro. Ambos textos son de interés, pero no alcanzan para explicar el impacto de una obra que sólo puede adjetivarse como inmensa y cuya lectura llega a ser, por momentos, extenuante.

En la carta a Condé, Guimarães dice que, antes de escribirla, pensó en Sagarana como en un barquito en el que debería cargar, entera, su concepción del mundo. Y ese barquito navegaría por el infinito mar de la lengua, liberado de trabas e imposiciones, pero manteniendo el rumbo preciso para no perder nunca la palabra justa. Era un plan ambicioso, pero estaba a cargo de alguien que había conseguido aprender en forma autodidacta más de diez lenguas y que había estudiado la gramática de otras tantas. El lenguaje es el suelo y el cielo de Guimarães, y es en él que puede ser ejercida la divinidad. 


El río sin orillas. 

Sagarana es un texto en movimiento, como el sertón; transitado por manadas de bueyes, atravesado por el vuelo de los urubúes, las garzas y los maracanaes, mecido, acunado y hechizado por el rumor de las colmenas y de las copas de los árboles. El lector viaja a través del vehículo de la lengua con la impresión de estar sometido al antojo de un guía despótico que no tiene apuro en llegar a destino. Todo está vivo en el sertón: hombres y bestias, plantas y ríos, colores, sonidos; hasta lo secreto y lo invisible son tangibles y animados. Las historias, cuyos protagonistas pueden ser humanos o animales, vivos o muertos, se desenrollan y se pierden en un paisaje que es un antipaisaje: es la imposibilidad de estar quieto, de ser fijado o atrapado en una imagen inmutable.

Decía Roland Barthes que la autoridad del escritor burgués se instalaba en la seguridad del pretérito indefinido, que pone un mojón en la arbitrariedad del tiempo, y en la tercera persona, que habilita la perspectiva. Ambos recursos, combinados, hacen posible el milagro de la novela: alguien que todo lo sabe le cuenta una historia a otro alguien, que todo lo cree. Ese pacto de sumisión sería inherente a la escritura —y, sobre todo, a la lectura— de ficciones narrativas.

La tiranía de Guimarães se apoya en una técnica opuesta. El lector de Sagarana debe entregarse al paseo por una geografía que se ofrece masivamente, sin perspectiva, avasallante en la densa presencia del conjunto y obscena en la cercanía y en el detalle. “Entonces la verdolaga, avanzando indiscretamente –¡ora-pro-nobis! ¡ora-pro-nobis!– mostró tallos rojizos debajo de las cercas de las huertas y, talo a talo, avanzó. Pero la orquídea cabeza de toro y el pasto morado, los dueños de la calle, la ahuyentaron de vuelta; y ni siquiera pudo retroceder, la pobrecita rastrera, porque en el huerto de las espinas coloradas estaban peleándose con el clavelillo y con la verbena en flor. Y, detrás de la hierba mora y de la escobilla, venían con urgencia del campo –¡oy-ay!– el torito, con los tridentes de las hojas e hileras completas, columnas astutas, del rígido matacampo.”

En ese ambiente siempre en ebullición, lo vivo es el personaje. Y todo está vivo. Y si los pastos pueden comportase como hombres —avanzar indiscretamente, ser dueños de la calle, pelearse— también pueden hacerlo las manadas, los ríos, y hasta la fiebre, que trepa por la orilla y gana terreno y deja vacíos y secos los pueblos que encuentra.

El truco de Guimarães consiste en simular que es el relato el que se mueve solo, discurriendo fascinado y sin prisa por un mapa sin trazar, infinito, que se resiste a la reducción descriptiva y a la violencia del punto de vista. El ojo mágico de Guimarães se trepa y se adhiere a la superficie de las cosas y las hace hablar con palabras nuevas y viejas, con expresiones dialectales y con neologismos, hasta hacer un territorio nuevo, espejismo y espejo del sertón, en el lenguaje.


De hombres y de bestias. 

Aunque hablar de anécdotas parece trivial en este caso, lo cierto es que podría forzarse la reducción de cada relato de Sagarana a una historia central. La primera sorpresa, sin embargo, consistiría en descubrir que detrás, o adentro de esa historia hay siempre otra. Los temas son siempre los mismos: el amor, la traición, la venganza, la muerte. Pero los hombres, en sus circunstancias más o menos trágicas, con sus grandes gestos de arrojo o con sus miserables rencores, no son lo más importante. No están en el centro de la escena, porque para que haya una escena debe haber algo como un retablo; algo asimilable a un paisaje, una reducción al plano, la construcción a partir de una mirada externa; un juego, en definitiva, de márgenes y centro.

Un grupo de vaqueros se ahoga en una creciente, un bravucón despiadado tiene una segunda oportunidad, una pareja de ancianos palúdicos espera la muerte, un niño lleva el cuerpo de su padre muerto en una carreta. Son las historias que podemos pensar: las que son traducibles a una lógica de causas y consecuencias; las que justifican o vuelven pertinente un relato. Pero no es en la antigua nobleza de lo trágico, lineal e inapelable, que se resuelve la obra de Guimãraes. Es en la infinita e inabarcable riqueza de la vida, en el empuje ciego hacia la reproducción y la proliferación de las cosas, o mejor, en su artificial reconstrucción en un lenguaje sin límites.


Después de Sagarana.  

Sagarana se escribió (Guimarães lo dice así, en la carta a Condé: “El libro se escribió...”) en siete meses, en 1937 y fue publicado por primera vez en 1946. Años más tarde, en Grande Sertão: Veredas, el despliegue léxico alcanzaría su máximo esplendor al servicio de una historia más cercana a lo maravilloso, y Guimarães entraría definitivamente al canon de esa institución conocida en todo el mundo como “literatura latinoamericana”. Leer hoy a Guimarães no es un ejercicio sencillo. La suya es una escritura tiránica que no soporta las distracciones. El haragán que pretenda saltearse un par de párrafos con la ilusión de llegar antes a los hechos puros, se perderá, seguramente, los hilos de la acción, porque ni la acción ni los actores se recortan de fondo alguno. Todo es una trama en movimiento, un tejido compacto y sin fisuras que no tolera una lectura veloz.

Una mención especial merece la traducción de Adriana Toledo de Almeida. En un texto  como éste, lleno de palabras intraducibles, de nombres indígenas, de giros expresivos locales, de aracaismos y neologismos, mantener el ritmo y el espíritu de la obra original supone un dominio extraordinario, menos, tal vez, de la lengua fuente, que de la lengua de destino. Es justo decir que el resultado está a la altura semejante desafío.
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Sagarana, de João Guimarães Rosa. Traducción de Adriana Toledo de Almeida. Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007, 447 págs.
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*Este artículo de Soledad Platero fue publicado en El País Cultural, de Uruguay, el 11 de enero de 2008

martes, 9 de noviembre de 2010

Manuel Bandeira, poeta *

En 1922, los versos enviados por un poeta que vivía en Río de Janeiro abrieron la Semana de Arte Moderno de São Paulo. El poema Os sapos, de Manuel Carneiro de Sousa Bandeira Filho, conocido como Manuel Bandeira, fue leído por Ronald de Carvalho y recibió la aclamación de la concurrencia. Se iniciaba uno de los períodos más ricos de la historia cultural del Brasil: la “mayor orgía intelectual que la historia artística del país ha registrado”, según palabras de Mário de Andrade.

Manuel Bandeira nació en Recife el 19 de abril de 1886. Típico hijo de la burguesía profesional brasileña, su padre soñó para él un destino de arquitecto, pero la tuberculosis y sus consecuencias le impidieron, durante toda la juventud, tener una vida normal. Debió suspender los estudios en 1904 y comenzar un periplo de estadías curativas en diversas ciudades del país para, finalmente, terminar viajando a Suiza, al célebre sanatorio de Clavadel, en donde permaneció entre 1916 y 1917. Allí conoció a Paul Éluard, y hay quienes dicen que el brasileño influyó sobre el francés.


Pero la mala salud no fue el único golpe que el joven Bandeira recibió en esos años. A la muerte de su madre, en 1916, siguió la del resto de su familia. Desde entonces, la tensión entre el impulso vital —que en su obra temprana encarnará en la naturaleza y, en la más tardía, en la efervecencia de la vida urbana— y la precariedad de la existencia; entre la tentación de la felicidad y la certeza de la muerte darán lugar a una obra caracterizada siempre, a pesar de los cambios, por el equilibrio y la serenidad, por una cierta sabiduría vital y una instalación amable en el fluir de la vida, que tiene más de gratitud que de resentimiento.


YO HAGO VERSOS COMO QUIEN LLORA. Según él mismo decía, cuando comenzó a escribir no pretendía otra cosa que combatir la sensación de ocio, de vida pasada inútilmente viendo irse las horas. Su primer libro, A cinza das horas, es de 1917. Todavía con fuerte influencia del simbolismo, en versos de una métrica estricta, la voz lírica se ofrece en una melancolía convencionalmente expresada en segunda persona, en interpelaciones al lector o al objeto amado, diciendo una carencia dolorosa que no encuentra consuelo. Son poemas escritos en Clavadel, Suiza, en plena convalecencia. Carnaval, de 1919, se aleja ligeramente de la estética afrancesada del primer poemario, y empieza el camino hacia el habla coloquial que caracterízaría su período de madurez. Pero es en O ritmo dissoluto, de 1924, escrito en Rio de Janeiro, y cuando ya se había recuperado de las secuelas de la tuberculosis, que el verso se libera del rigor de la métrica y comienza el itinerario de construcción de una mirada peculiar, instalada con solvencia sobre las imágenes de la calle; sobre la vida que pasa, teñida de múltiples colores y preñada de miserias como la de los niños vendedores de carbón —y, acaso peor, la de la pobre vieja que espera al anochecer para juntar los trozos de carbón caídos a la calle. Los poemas de O ritmo dissoluto mezclan, todavía, escenarios resueltamente salvajes (A mata), intercambios privados o íntimos (Carinho triste; Madrigal melancólico) y escenas de arrabal (Meninos carvoeiros).


ABAJO LOS PURISTAS. Libertinagem, de 1930, es un libro rotundamente urbano, de ritmo nervioso, desobediente de toda estructura, celebratorio de la agitación y la mezcla que se produce en las ciudades, intoxicado de músicas nativas y extranjeras, “...harto del lirismo comedido / Del lirismo que se porta bien / Del lirismo funcionario público con libro de asistencia expediente protocolo y manifestaciones de aprecio al sr. Director /...”. Es este el libro en el que Manuel Bandeira traza su geografía personal; el mapa de su país imaginario delimitado por tres ciudades: Recife —ciudad de la infancia, hecha de nostalgia y pérdida—, Río —la ciudad en la que vive, nerviosa, agresiva, trágica y generosa— y Pasárgada —la ciudad soñada, imaginaria, enteramente construída por la fantasía del poeta, en la que es “amigo del Rey” y tiene la mujer que quiere en la cama que él elija. Pero también es el libro en el que irrumpe con decisión el lenguaje de lo urbano moderno por excelencia: el periódico. El Poema tirado de uma notícia de jornal da cuenta, en un texto breve, sintético, de la muerte de un hombre, ahogado en una laguna después de una borrachera: “João Gostoso era un cargador de zona franca y vivía en el morro de Babilonia en un barracón sin número. / Una noche llegó al bar Veinte de Noviembre / Bebió / Cantó / Bailó / Después se tiró en la Laguna Rodrigo de Freitas y murió ahogado.” Renunciando a toda connotación, a toda estetización mediante la metáfora, la rima o el lamento, el poema se limita a decir, a pura palabra desnuda. Y es en esa desnudez, en esa renuncia, que la muerte de João Gostoso adquiere su dimensión trágica. João, que no tiene apellido, ni trabajo formal, ni número de puerta en su barracón, se emborracha, celebra y muere. Tristeza não tem fim / felicidade sim, dirían más tarde Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes, en una sentencia que parece condensar el espíritu del hombre de pueblo brasileño, condenado por el destino a vivir para la alegría y morir trágicamente.

Luego de Libertinagem el poeta publicó varios otros libros de poesía (Estrela da manhã, 1936; Lira dos cienquent’ anos, 1940 (incluido en poesías completas); Belo belo, 1948 (en una nueva edición de poesías completas); Mafuá do malungo. Versos de circunstância, 1948; Opus 10, 1952; Alumbra –mentos, 1960; Estrela da tarde, 1960), numerosos ensayos, crónicas, traducciones y antologías poéticas de otros autores. Es una de las figuras más importantes de la poesía moderna en lengua portuguesa, y parte inseparable de ese fenómeno que conocemos como modernismo brasileño, sin el cual no podríamos entender manifestaciones culturales a las que estamos tan habituados, como la Tropicália.

Manuel Bandeira murió en 1968, a los 82 años, en Rio de Janeiro. Sus restos descansan en el Mausoleo de la Academia Brasileña de Letras.

Esta antología publicada por la editorial Adriana Hidalgo toma poemas de Estela da vida inteira (poesías reunidas), de 1966 y los ofrece en una edición bilingüe, acompañados por un prólogo a cargo de Rodolfo Alonso y por el “Flash autobiográfico de Manuel Bandeira” publicado en los “Arquivos implacáveis” de João Condé, en O cruzeiro, de Río de Janeiro, en la década de 1950.

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Estrellla de la vida entera. Antología poética, de Manuel Bandeira, Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2003, 220 págs. Ed. bilingüe. Selección, traducción y prólogo de Rodolfo Alonso

* Este artículo de Soledad Platero fue publicado en la Revista Espectacular (Montevideo) en noviembre de 2009.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los espejos locos**


Seguramente no hay quien no entienda de qué se habla cuando se dice humor inglés. Esa "denominación de origen" recorta un manejo específico del ridículo, del nonsense y de la autorreferencialidad que ha distinguido a ciertas formas de las artes y de las letras británicas y cuyas peculiaridades se han conservado a través de distintas épocas y formas expresivas.

La línea —que podría iniciarse convencionalmente con Chaucer— incluye a Lawrence Stern, Johnatan Swift, Lewis Carroll, Oscar Wilde y Anthony Burguess, y tiene en Saki* a uno de sus ejemplos más perfectos.

1. UN HUMOR DIFÍCIL. Los humoristas ingleses son exigentes con sus lectores. Esperan de ellos una atención constante y la aceptación de cierto suelo común de hábitos y convenciones: cierto universo cultural compartido que hace que sólo otro inglés pueda capturar todos los sentidos contenidos en un chiste inglés. En definitiva, el humor inglés se sustenta sobre las peculiaridades de su propio mundo, pero se comporta siempre como si apelara a la universalidad de esos rasgos particulares. A diferencia de otras formas del humor, que encuentran la gracia en la exposición de lo distinto, de lo ajeno, el humor británico se alimenta de lo igual y de lo propio, y lo extranjero sólo le sirve para resaltar todavía más su inexpugnable singularidad.

Por eso no es sorprendente que Saki, cuya vida transcurrió en tan diversos escenarios, dibuje siempre personajes tan perfectamente ingleses, aunque los ubique en el sudeste asiático, o en Rusia, o en cualquier impreciso lugar del globo. Es sabido que una respetable señora ingesa se comportará siempre como tal, aunque viaje a lomos de un elefante.


2. A TRAVÉS DEL ESPEJO. El espejo deformante es la gran herramienta del humor británico. La escena reflejada incluye los mismos componentes que la verdadera, pero el resultado es aberrante. Los objetos y las personas pierden su adecuada proporción y se muestran como parodias de sí mismas. Para lograr este efecto en literatura es necesario un especial tratamiento del lenguaje, de tal manera que el adjetivo desmienta al sustantivo, y cada frase deje sin efecto a la anterior. "Conradín tenía diez años y el doctor había pronunciado su opinión de que no podría vivir cinco años más. El doctor era suave e incapaz, y su opinión no contaba mucho, pero era reforzada por Mrs. De Ropp, cuyas opiniones contaban sobre casi todo. " ("Sredni Vashtar").

Una ley constante en el "universo Saki" es que cuanto más importante es alguien, más absurda es su conducta, o menos sensatas sus opiniones. Del mismo modo, cuanto más serio es un asunto más lejos de él se ubica la preocupación de los personajes. En "La búsqueda" (Crónicas de Clovis) la tranquilidad de Villa Elsinore se ve interrumpida por los alaridos de la dueña de casa: "—Hemos perdido al bebégritó. —¿Es decir que ha muerto, o se ha fugado, o que lo jugaron a las cartas y lo perdieron de ese modo?— preguntó Clovis indolentemente. —Estaba gateando muy feliz sobre el césped— dijo Mrs. Mombey llorosa—; Arnold acababa de entrar y yo le estaba preguntando qué clase de salsa le gustaría con los espárragos... —Espero que haya dicho holandesa —interrumpió Clovis mostrando un aguzado interés—, porque si hay algo que detesto..."

En el mundo de Saki sólo lo trivial merece ser debatido seriamente.


3. LO SINIESTRO. Decía Freud que lo siniestro se manifiesta allí donde esperamos algo familiar. En los relatos de Saki, la paz del campo guarda siempre la funesta potencia de lo salvaje, y cuanto más romántico es un escenario, más horroroso es el destino del que lo habita. Aunque para compensar el golpe, los destinos trágicos reciben siempre un tratamiento superficial hasta el ridículo.

Homosexual y misógino, Saki tuvo en las mujeres su blanco preferido. "Eleanor odiaba a los chicos, y le hubiera gustado azotar a éste por largo tiempo y a menudo. Era quizás la añoranza de una mujer que no tenía hijos propios". Las mujeres no son necesariamente más tontas que los hombres, pero son sin duda más malas, más hipócritas y más vengativas. Su crueldad sólo puede ser superada por la de los niños, y eso explica que el frágil Conradín sobreviva a su perversa tía en Sredni Vashtar.


 4. UN DISCURSO QUE SE ENCIERRA A SÍ MISMO. El ingenio es una preocupación constante de los personajes de Saki. Ser ingenioso en una reunión social es un objetivo cuya consecución puede desgastar a alguien hasta la muerte. Todo vale a la hora de dejar caer una frase memorable o un comentario agudo. Los matrimonios pueden entrar en profundas crisis por exceso de ingenio o por falta de él.

Esa tematización de lo frívolo y de lo ingenioso redondea el efecto irónico de los textos, que continuamente parecen burlarse de sí mismos. Una dinámica narrativa de este tipo sólo puede ser autorreferente, y el efecto humorístico logra su plenitud en ese combate que las palabras mantienen, sin tregua, en el interior del relato. No son los hechos los que resultan estimulantes, sino las circunstancias que los rodean y las reflexiones que desatan en los protagonistas. "—X —dijo Arlington Stringham— tiene alma de merengue. 
Era un comentario útil para tener a mano, porque se aplicaba bien a cuatro estadistas prominentes de la época, lo que cuadruplicaba las oportunidades de usarlo. 
—Los merengues no tienen alma —dijo la madre de Eleanor.
—Es una bendición que no la tengan —dijo Clovis—; todo el tiempo estarían perdiéndola y mi tía sería enviada en una misión a los merengues, y diría que es una maravilla cuánto podía enseñárseles y cuánto más podía aprenderse de ellos.
—¿Qué podría aprenderse de un merengue? —preguntó la madre de Eleanor.
—Es sabido que mi madre aprendió humildad de un ex virrey —dijo Clovis."


5. LIBROS PUBLICADOS EN ESPAÑOL. Las aventuras de Reginal reune los dos primeros libros de cuentos publicados por Saki (Reginald, de 1904 y Reginald en Rusia, publicado en 1910). En el primero el protagonista de todos los relatos es el propio Reginald, un joven tan elegante como terrible, sólo interesado en su propia elegancia y con una irreprimible tendencia a decir verdades inapropiadas y a comportarse en forma irreverente. Es bello, rico y educado, pero detesta a las buenas señoras inglesas y encuentra un saludable placer en escandalizarlas. En el segundo libro (o en la segunda parte de este volumen) Reginald sólo protagoniza la primera de las historias, pero hay algo como un "espíritu Reginald" detrás de todos los malentendidos y las bromas crueles que los personajes se gastan entre sí.

Crónicas de Clovis (1911) mantiene el formato de los libros anteriores, pero aunque Clovis es en muchos aspectos comparable a Reginald, su edad y características personales no se conocen, y no es, como Reginald, un disputado adorno en todas las fiestas, sino más bien un huésped ocasional de personas importantes. Aunque no tiene ocupación, ni esposa, ni parece interesarse por nada, siempre se solicita su consejo en los más variados asuntos. Mientras Reginald acaba arruinando todo lo que toca, Clovis parece resolver hasta las situaciones más extrañas. En Crónicas de Clovis está "Sredni Vashtar", probablemente el más perfecto relato de Saki.

En Animales y más que animales (1914) el ambiente es casi siempre rural, y retoma la figura de Clovis, nuevamente de visita en casa de unos incautos aristócratas. Los animales del título sólo son disparadores de las situciones equívocas por las que atraviesan los pobres protagonistas, y en todo caso su presencia sirve para aumentar el efecto de ridículo que aparece cuando la educación y la racionalidad excesivas tratan de meterse en el camino de la naturaleza.

No es extraño que Saki haya fascinado a tantos escritores. Sus relatos contribuyeron a dibujar a los ingleses tal como los conocemos —impiadosos, certeros y absurdos, y sin la menor sombra de ternura, siquiera para con ellos mismos— y es en la elegante y ligera escritura de Saki que se puede anticipar al Borges creador de personajes como Carlos Argentino Daneri.

Las ediciones que ofrece la editorial Claridad son completas y prolijas, pero la traducción parece hecha por alguien que no domina bien el español.


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Las aventuras de Reginald, Editorial Claridad, Buenos Aires, 2006, 160 págs.; Crónicas de Clovis, Editorial Claridad, Buenos Aires, 2006, 190 págs.; Animales y más que animales, Editorial Claridad, Buenos Aires, 2006, 240 págs.



* Saki es el seudónimo literario de Hector Hugh Munro, cuentista, novelista y dramaturgo británico nacido en 1870 en Birmania y muerto en 1916, durante la batalla Beaumont Hamel.


** Este artículo fue escrito por Soledad Platero para el suplemento Cultural de El País.