lunes, 7 de junio de 2010

Tramposa Cenicienta*


Hay textos que se abren paso con una contundencia que desmiente brutal, violentamente, la primera impresión sugerida por el ojo. Una novelita de apenas cien páginas, un libro finito y discreto con una linda tapa ligeramente pop, puede contener mucho, mucho más de lo que un lector desprevenido podría tolerar a la ligera. Hay cosas así en César Vallejo, cosas tramposas, pero no nos apresuremos.

Para decirlo de modo sintético, Hispania help es la historia de una mujer de más de treinta años, soltera, sin amor y sin ilusiones, que un buen día decide dejarlo todo y tomarse un avión a España, la madre patria, el horizonte de expectativas de casi todos los uruguayos demasiado haraganes para imaginarse una vida en otro idioma. Pero ella no quiere sólo irse. Ella quiere irse y ser otra. Quiere ser J.K. Rowling, o una escritora cualquiera que tenga éxito, que gane mucho dinero, que logre aplastar, con la implacable y definitiva maldición de la buena fortuna, todas las frustraciones y toda la estupidez de la vida, esa cosa dada no sé sabe muy bien para qué, si ni para honrarla ni para respetarla ni para multiplicarla. La mujer sola está sola pero no es estúpida, así que bien puede imaginar un par de conjuros, una colección de sanos deseos de hacer el mal que le permitan llegar hasta el otro lado del océano con algo más que una mano atrás y otra adelante, que fue como llegaron sus abuelos y sus padres al Uruguay, con la cabeza baja y una sensata y prosaica convicción de que debían durar y aclimatarse.

Risas cuadradas.

Lo primero que hay que decir de Isabel es que no sabemos su nombre. El que usa no es el verdadero, y el verdadero no le sirve para nada. Nada de lo que trae le sirve para nada, salvo la incombustible astucia de máquina deseante, impelida hacia el frente, tironeada desde adelante por una especie de cabeza escaneadora que registra lo que ve, y lo que oye, y lo que sin oírse, se sabe. En el primer capítulo es una mujer crecidita que vive con sus padres, trabaja en la zapatería Cristal, compra un periódico sensacionalista que le sirve de excusa para fantasear con el quiosquero, y no ha terminado la carrera de Letras -aunque ese extremo parece más un alivio que una culpa. En el siguiente los padres han muerto y ella ya ha perdido dos trabajos y un amante que mejor está así, perdido, pero como las cosas son dinámicas y hasta lo peor puede empeorar, la idea de juntar los ahorros e irse a España empieza a orientar los hechos. El camino de despedida de las cosas conocidas -el abuelo en la casa de salud; el único amor verdadero que no está, porque se murió o fue abducido, según a quién se le crea; los incontables parientes que para poco sirven- no conduce al personaje hacia un relato unificador en torno a la memoria (¿cómo unificar un caldo knorr, una gota de aceite, un agujero negro?) pero lo revela en su singularidad total, en la absoluta soledad de una fuerza básica y mal atada que tiene algo de huérfana y mucho de bestia, de animal mal parido.

La escritura de Estramil es tramposa, decíamos, como la de Vallejo. Es denotativa y precisa casi siempre, pero se apoya en el truco del peruano, ese que usaba cuando decía «yo no sé», y con eso dejaba caer el peso de la evidencia de todo el dolor universal sobre su precario lenguaje. Estramil dice «ya se sabe», o «y ya dije demasiado», o «Sin embargo. Sin embargo». Y es ahí, en el vacío del lenguaje apelando a lo que no hace falta decir, que el monto intolerable de sufrimiento que toda vida soporta en pequeñas dosis parece concentrarse sobre una persona sola, sobre un minuto total, con la desproporción de un castigo aleatorio.

Matar un picaflor.

Claro que Hispania help es, además de una poderosa muestra de escritura en primera persona (la primera persona del camarógrafo, del asesino enmascarado que sigue a su víctima, del robot que segmenta y registra la superficie de Marte; nunca la primera persona del vacilante o el timorato), una novela en la que pasan cosas. Menos el viaje a España, pasa todo. En un clima intoxicado por la narrativa en imágenes de David Lynch, Isabel se convierte en escritora, que es lo mismo que decir que se convierte en asesina, en exitosa timadora, en experta en desilusiones ajenas que sirven para minimizar las propias. El camino de la literatura es tan duro como cualquier otro, e igual de aburrido a la larga, pero en el recorrido se pueden hacer muchas cosas. Lo sabe bien Isabel, que estudió letras y formó parte de una sociedad de poetas de objetivos tan secretos como los nombres verdaderos de sus integrantes. Un escritor puede hacer todo menos morir -aunque se han dado casos extraños, no siempre bien documentados, de escrituras póstumas- y tiene entre sus más loables cometidos llevar a la muerte, la humillación y la locura a sus personajes. Isabel es una escritora principiante, pero Estramil no, así que todas las posibilidades están usadas con acierto. Su protagonista embiste altivamente los obstáculos más o menos pelotudos que la vida le pone delante y alcanza toda su estatura, firme sobre piernas depiladas y bronceadas con abnegación de hija de inmigrantes gallegos, hasta plantarse frente al espejo que le muestra su cara verdadera. La cara que alguien verá por una vez, y después ya no verá nada.

Cuando este libro fue presentado, días atrás, en la 32ª Feria Internacional del Libro, Álvaro Buela señaló que, a pesar de las probables intenciones de la autora, la historia no le había parecido graciosa. Quien esto firma debe decir que, por el contrario, se rió casi continuamente mientras la leía. Es claro que la risa puede ser triste, y que el sarcasmo produce, por lo general, más amargura que sonrisas. Sin embargo, la Isabel de Estramil no se burla de los demás tanto como se encuentra graciosa y patética a sí misma, envuelta siempre en un pudoroso pañolón que desestimula la penetración en las áreas más aterradoras del alma. La tristeza, parece decir, es lo único privado que tenemos, así que me perdonarán si los entretengo con otras cosas. Además de episodios oníricos, fiestitas infantiles, historias de poetas y agudas observaciones sobre la calidad espiritual de los comerciantes, Estramil pone grandes montos de humor para mantener a sus lectores en un ritmo constante de ansiedad y empatía. No hay tiempo para distraerse. Son pocas páginas, pero no hay palabras de más.

Mercedes Estramil (Montevideo, 1965) ganó, en 1994, el Premio Municipal de poesía por su libro Ángel sólido (inédito), y en 1995 su novela Rojo (Banda Oriental, 1996) obtuvo el Gran Premio del concurso de narrativa de E.B.O y Fundación Lolita Rubial. Es colaboradora habitual del suplemento Cultural del diario El País.


Hispania help, de Mercedes Estramil, Montevideo, Hum, 2009, 108 págs. Distribuye Gussi. $ 230.

*publicada en REVISTA ESPECTACULAR en diciembre de 2009

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